Ser peregrino es en cierto modo ser humano.
Nuestra condición de itinerantes define nuestra vida, que es, permítanse la metáfora, una peregrinación constante en el transcurso de nuestro tiempo, entre el nacimiento y la muerte.
El camino y el "homo viator" son dos caras fundidas en la misma moneda.
El camino y el "homo viator" son dos caras fundidas en la misma moneda.
La salvación purificadora, lo que anhelamos, es una condición personal que, según la visión cristiana del mundo, debemos conquistar a través del camino, a través de la expiación de los pecados, a través de un transito que redime. La peregrinación entonces, entendida como la manera más adecuada de vivir nuestro viaje, era/es la tendencia hacia la plenitud de la purificación. Martirizar el cuerpo era/es redimir(se), expiar el pecado y la culpa para seguir hacia un nuevo camino. La experiencia de ser extranjero en tierras ignotas era/es caminar con las verdades de la experiencia vital.
Hoy en día estos valores han sido sustituidos por una moral cívica casi ausente, por una civilización del consumo, por la de la información y de las comunicaciones que explican, al menos en parte, la sensación de vacío y decadencia que vivimos, el desasosiego y la incertidumbre del hombre actual.
Todo este conjunto de factores, pueden hasta cierto
punto justificar la necesidad imperiosa del hombre de retirarse parcialmente del mundo,
entrando en comunión con la naturaleza, e intentar vivir de nuevo el valor de lo
sagrado, aspectos todos ellos que encarna el Camino de Santiago.
Aunque no es la motivación religiosa la única que mueve al peregrino de nuestros días. Hay caminantes por afán de aventura, curiosidad, divertimento.
Aunque no es la motivación religiosa la única que mueve al peregrino de nuestros días. Hay caminantes por afán de aventura, curiosidad, divertimento.
En cualquier caso el objetivo es caminar...